viernes, 15 de noviembre de 2013

Spermatóvulo

Recientemente y por los siglos de los siglos, los embarazos no deseados, siguen a la orden del día, como si las campañas para prevenirlos, fueran alarmas sordas o invisibles, que nadie ve o escucha... ¡Total! Después del entusiasmo de dos, se convierte en problema de "una", y digo de una, porque el producto, no puede protestar cuando la inconsciencia se presenta, ya que como es sabido, - pesa tanto en el animo de las personas; aquello de... El qué dirán-
Alex y Luisa, se mostraban al mundo, como dos excelentes protagonistas del amor, al puro estilo  de pareja de...  " película romántica", por lo que, las demostraciones de amor, cada vez se elevaban de tono; comenzaron por sentirse incómodos en los lugares públicos, así que poco a poco, se fueron aislando de las miradas prejuiciosas, buscando la intimidad.
Les fue gustando el juego de verse en privado; la adrenalina del escarceo y la sensación de estar haciendo algo prohibido, los llevó a aumentar las citas, y a ir perdiendo el miedo a los riesgos.
Él, apremiante por saciar sus deseos.
Ella, con el temor agazapado de un embarazo no planeado, o peor aun... no deseado.
Mas sin embargo, a Luisa, le era difícil negarse a escuchar las palabras de amor y las manifestaciones de cariño de su amado Alex.
Atrapados en la vorágine de la pasión, las consecuencias no se hicieron esperar, dejando a los jóvenes enamorados, aturdidos, perplejos; obligados a pensar y sin saber que hacer. En tanto, en el vientre de Luisa, una vida comenzaba tímidamente a palpitar.
El panorama cambió insospechadamente; los días siguientes fueron de angustia y desesperación, toda la magia de la vida, se convirtió en zozobra  - ¿ Cómo decírselo a los papás?, ¿Cómo volver a la escuela y enfrentar a los amigos, a los Maestros?.
Luisa se acariciaba el vientre sin poder pensar claramente. Primero, las amigas, igual sin experiencia que  ella, ofrecían soluciones sin mayor conocimiento; aquella vida que comenzaba a gestarse, lejos estaba de imaginar, cual sería su suerte.
El spermatóvulo escucha a lo lejos palabras como:
- Tómate algo pa que te baje.
- Yo conozco a alguien que te lo puede sacar.
- No lo tengas, estás muy joven, ya no podrás estudiar.
- No te preocupes... Es un retraso.
- ¿Cuanto tiempo tiene?  ¡Ya no puedes hacerte un legrado!
Después de esta montaña de emociones, el Spermatóvulo, escucha una voz que tímida  dice:
Mamá creo que estoy embarazada.
Devienen gritos, insultos, llanto, reclamos y... Después un silencio y la angustia de no conocer el veredicto.
Pasan los días lentos, desquiciantes; esperando qué decisión tomarán sobre su vida; sin entender por qué, ha ocurrido este cataclismo.
¡De pronto! Un mal día, siente que es arrancado del lugar que supuestamente, lo protegería, donde se desarrollaría para llegar a este mundo, a los brazos de quienes lo engendraron.
Pasan los días, la joven madre, queda inconclusa, con culpa, intentando justificarse, en tanto los malestares propios del aborto se lo recuerdan.
No acierta a comprender ¡Cómo tuvo el valor!
No se recupera del todo cuando escucha una voz alarmada que dice... ¡Se está desangrando, hay que detener la hemorragia! Un silencio precede a aquella angustia; días mas tarde, anuncian los periódicos, "jovencita es encontrada abandonada en una barranca, muerta después de practicarse un legrado, se desconoce su identidad". Una semana después, Alex sale con una chica dos años menor que él; le explica, que no le gusta usar condón, porque lo hace insensible al contacto.


Virginia Marín.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

El chisme ecológico

Allá por el año de 1959, una niña  escuchaba comentar de sus padres que platicaban en el corredor del pequeño jacal, que tenían por vivienda; su padre Peonilo sentado en la hamaca desgranando maíz y su madre Justina, sentada en un banquito de madera, ayudando en la tarea.
Ellos nunca se percataron de la presencia de la niña, que silenciosa jugaba en una esquina del corredor, donde su imaginación volaba, teniendo por juguetes, una muñeca incompleta, una tazita de plástico a la que ya le habían tocado sus mejores momentos y ahora se encontraba hasta sin oreja y unos trozos de olote  tomados del desperdicio de la desgranada.
Con piloncitos de tierra, formaba ciudades, puentes y carreteras; ideas que tomaba de lo que escuchaba hablar a sus padres.
- Oye vieja, dicen que para 1980, los ríos se secarán, y no será fácil conseguir agua, ¿podés creer eso?
Como podría esta pobre mujer, creer en lo que su marido le decía, si en su vida había ido a una escuela, menos, había visto pasar por sus manos un libro, aun así, era muy atenta cuando escuchaba alguna plática, porque decía que así al menos aprendía algo.
- ¡Ay viejo, vengo oyendo eso mesmo, desde que tengo uso de razón, y vé, No ha pasado, nada!
Su marido contestaba impaciente, ya que él era muy observador y a pesar de no haber ido a la escuela, se fijaba de como eran los días; ninguno se parecía a otro, decía, hay días que van a ser tan malos, que los primeros que salen del nido, son los zanates. Y así medio rezongón y todo, trataba que su mujer lo entendiera.
- ¡Nada, como nada!, que no lo mirás como están los calorón ahora, antes cuando iba a la milpa con mi apá, podíamo sembrar con la confianza que pa mayo, ya había caído la primer agüita, ¡Ora, nos morimo de desesperación y nada que llueve, ahí lo mirás la milpita, tooooda descriada, porque le falta la lluvia.
Justina pensó que nada mas era pretexto de su marido para no trabajar.
- ¡Que le falta la lluvia!, flojo que sos, antes pa abril ya habías barbechado, ahora, te llega  mayo y no querés i a sembrá, solo por está pensando en tu sueño americano. Ya se lo dije al compagre Fulgéncio, que te deje de stá metiendo ideas en la cabeza, de por sí tu tan terco que sos y el con sus ideas raras, ya te tiene tooodo atolondrado.
- Mmm vos vieja, pero vos no tenés porque enojarte por eso, si ya sabés que yo nunca las voy a dejá, onde vas a pensá que las deje desamparadas a vos y a mi chiquitilla, lo que pasa es que con vos no se puede platicá; si te toy preguntando lo del agua es porque,  me preocupa, velo, tanto afán por sembrá arbolitos por todos lados, quesque tan reforestando y no se fijan que en esas grandes ciudades, la gente la desparrama lagua.
Justina que era desconfiada y celosa, inmediatamente reclamó a su marido:
- De qué ciudades me hablás vos Peonilo, si nomás una ves juites a la capital!, no me tes queriendo impresioná a mi de mucho mundo, ooo, ¡ya juites a otro lado sin que yo lo sepa!
Peonilo con la paciencia de un santo, intenta explicar a Justina y regresarla al tema que en verdad le preocupa.
- Como sos neeecia  Justina, no te toy queriendo presumí de nada, lo que quiero que entendás, es mi preocupación por el agua.
- Ora hasta me vas a insultá, ...necia yo, necia yo...yo que te he aguantado tus necedades, pero mirá, lotro día joyí decí al compagre que le decía a la comagre, si tu problema tiene solución paque te preocupás y si no, pos también o, algo así, sabrá Dios de que arguendeaban.
- El problema Justina es que el agua, es problema de todos, no namás mi problema, mirálo, estaba pensando... Porque pienso anque no lo creás, que si se acaba lagua, ¿que vamo acé?, se nos van a morí los animalitos, porque, probá a quedate sin tomá agua un día, nomás uno, a ve, ¡como vas a pasá tu bocado!, igual los animalito, ¡Y otro!, ¡vamo andá todos hediondos!, ve, si así la gente nos mira feo porque no podemo comprá un dese, desodorante, ora te imaginás, ¡sin bañarnos, Dios nos libre!
Justina que se ponía de malas cuando no entendía algo, trataba de persuadirlo a que hiciera otra cosa y así evitaba preocuparse por algo mas que no fuera el hacer de comer y lavar la ropa.
- Ya vos Peonilo, dejá de stá pensando tonterías y ponete a trabajá, ques lo que debés hacé y no está ahí fastidiando con tus locuras.
Pero Peonilo era de las personas que cuando se empeñan en algo, no desisten hasta concluir con la idea y lo que se proponen.
- ¡Locuras!, ¿son locuras  pensá en como hacé paque no nos llegue el día en que de verdá no tengamos ni gota de agua?
- Es que nomás me trastornás con tanta palabrería y tanta preocupación por algo que no va a ocurrí.
- No va a ocurrí, no mirás los río como se tan secando, antes, ¡podíamo nadar en aquellas pozona! Ora velo, apenas si podemo remojar el caite.
- Ay Peonilo, como que ya me tas contagiando tu priocupación, mejor ni te viera hecho caso.
Justina ya desesperada  hace  ademàn de levantarse y Peonilo la retiene suavemente de la mano.
- Es que pensálo un tantito, ¿ya te fijaste que ya no podés lavá la ropa como antes, y eso porqué? A ver decíme.
Justina  que conoce tan bien a su marido, sabe que no desisitirá de su propósito hasta conseguirlo, así que vuelve a sentarse.
- Tenés razón Viejo, no lo vía visto ansina.
- Ora, ¿mirás como se ve que viene en los arroyitos que quedan, las botellas de refresco?
- Si pué, ya lo miré y hasta las bolsa de jabón, se quedan ahí botadas en la oria del río. Yyyy ... Pensando ya como usté viejito, que pasaría si la comagre Paula, juera a tené su pichito ya, y no tuviera nada de agua, ¿Como liva hacé la comagrona pa lavarlo el muchachito?
- Eses pué, que priocupa, ¿ya te fijás pa cuantas cosa sirve lagua?
- Si pué ya me toy dando cuenta, que si pa la milpa, que si pal frijol, que ya pa lavá la ropa, que ya pa bañarnos, pa lavá los traste, y quien sabe Dios pa cuantas cosas más.
- Pa que tomemo nosotros, las vaca, los pollito, y, te imaginás viejita, ¿si un día ya no llueve mas?
- ¡Jo!, ahí sí que vamo a ver nuestra suerte, te figurás a todos los del pueblo, que hacen peregrinación pa ir al mar, que dicen las malas lengua, que lo dejan todo cochino, lleno de basura por todos lado, ¿a donde será que llega a dar pué todo eso?
- Pos como donde mujer, pues hasta allá dentro, por el tumbo verde, donde dicen que hay tiburón y ballena, nomás figúrate, que se comen todo eso que dicen que dejan, noooo, ora sí que me pusiste a pensá y hasta ni ua a dormí de preocupación.
- Ya te toy mirando, así como sos, ¡te vas a pasá la noche en vela!
- Mirá pues Viejita, ya me tas entendiendo, por eso pienso que nosotro también podemos ayudá a solucioná el problema.
- ¡Nosooootro! ¿y cómo, si apenas es un pedacito de río que pasa por nuestra parcela?
- Pues por eso es que toy piense y piense; si hablamo con los vecino y los compagre, podemo pedirles que no tiren su basura en el río. Decirles que el agua no se lo lleva y lo desaparece, sino que se queda en el fondo del río y que así los estamo matando, ¡ya me entendiste!
- Algo, Viejo, pero caso solo este pedacito de río hay pué.
- Ya viste como si ya tas pensando tú también.
- Ta bueno pue, así, podemo decirle a todos, que lo digan a sus familia que viven en otro lado, y que se vaya así de boca en boca, igualito como se hace el chisme.
- Ahora sí me entendiste Vieja, si por eso digo, que no hay que i por la vida haciéndose de la vista gorda, mejor es que si hay un problema, lo arreglemo.
- Y ¿como que tiempo pensás Viejito, que eso se arregle?
- Pues... Si ayudamo todos, a lo mejor y luego.
- Pues  entonce, vamo volviéndono chismoso todos, pa que se arregle rapidito.

Ahora la niña aquella, hoy adulta, se volvió chismosa y a lugar que llega, pide que cuiden los ríos, que son fuente natural para la subsistencia del hombre, y se pregunta, ¿Por qué hay chismes que no trascienden?


Virginia Marín

Por un pelito compadre

Las mujeres ataviadas de oscuro con rebozos de luto, abrumadas por el agridulce calor y consoladas por el canto de la costa rezan con voces salpicadas de fe por el eterno descanso del alma del difunto que está tendido sobre una cama de madera.
Los niños, indiferentes al dolor de muerto, juegan a espiar entre las enaguas campesinas melancólicas por el tiempo. Son rostros atemporales, inexpresivos sin más semántica que resignación sin más pretensión que tiento para atemperar la vida y aceptar la muerte.
La mujer de negro, oculta entre las sombras y el estoraque, postrada ante el féretro, con la mirada clavada en el piso de tierra y un rosario en la mano, reza una plegaria por las almas del purgatorio, dales el descanso eterno.
La gente llegó de toda la costa chiapaneca, desde Tonalá hasta la bella Huixtla y por supuesto de la Polka, y confortaban con palabras tímidas a los deudos quienes lloraban en los hombros que les consolaban. Como es costumbre en mi tierra, se convidaron tamalitos untados(1) y café con pan, un fuertecito para la hombrada, mistela para las mujeres y Coca Cola para los chilpayates. Todos percibían el olor y el sabor de rancho.
Al cobijo de la enramada se colocaron mesas y bancas largas, pues la casita que era tan pequeña que resultaba insuficiente para dar cabida a todos, apenas un corredor con tres habitaciones y una de ellas fue el cuarto de don Constantino donde ahora reposan su machete, su rifle, su retorcido sombrero de palma, su radio de transistores y la sal para las vacas.
Los hombres, se habían “reempujado” media docena de tragos de aguardiente y jugaban barajas españolas en un respetuoso silencio. Junto a la cocina, en el corredor, los músicos interpretaban las melodías preferidas de don Constantino: “Adiós muchachos compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos. Me toca a mí hoy emprender la retirada…”, o aquella otra que cantaba Pedro Infante: “Muere el sol en los montes, con la luz que agoniza, pues la vida en su prisa, nos conduce a morir ……”. Los acordes suaves de la marimba aderezadas con lamentos y reclamos potenciaban la pena de todos los que ahí estábamos presentes, pues solo quién no ha perdido un ser querido no puede comprender el dolor que se padece. Las lágrimas resbalaban sobre la madera desnuda del féretro, mezclándose con las motas de polvo que flotaban atrapadas en un rayo de sol que se filtraba por una teja rota del techo.
De rato en rato escuchábamos un triste lamento, cuestionando - ¡Por qué Señor, por qué! - Todos comprendíamos el intenso sufrimiento del remordimiento contenido, porque el dolor más grande no es por la pérdida del ser querido, sino del arrepentimiento. Pero, dicen que para que el alma descanse hay que dejarla que se vaya, se vaya en paz pues no debemos detenerlas con plegarias o sentimientos de tristeza. Don Constantino fue un hombre muy apreciado y todos llorábamos su muerte.
Ciertamente pudo ser error médico o quizás la tristeza, pero para el caso era lo mismo, don Constantino, aquel hombre talludo y correoso como una raíz, se fue consumiendo hasta los huesos apagándose despacito. Murió a la edad de setenta y seis años, sin decir una palabra, con la mirada triste, con lágrimas escurriendo en sus mejillas de parafina. Sólo el suave estertor anunció el final. El alma se desprendió poco a poco del cuerpo y entonces esa partícula de vida con plena conciencia partió hacia la niebla de lo desconocido, dejando al cuerpo físico derrotado.
Don Constantino vivió cincuenta y ocho años en su rancho San Uriel, como el arcángel que significa fuego de Dios, a tiro de piedra del estero, cerquita de la Polka, en la costa chiapaneca. Ahí, en la casita de ladrillo y techos de teja que él mismo construyó con sus manos encallecidas por la tierra, la tierra fertilizada por el sudor de su frente, donde nacieron y crecieron sus hijos. Aunque llevó una vida a destajo, siempre se consideró hombre afortunado, como el mismo contaba, pues la vida le había dado mucho, pues vivir en la libertad del campo, comer lo cultivado, saborear la taberna que acunaba en los palos de coyol y beber del pozo de agua dulce condimentada por las raíces de los árboles que le daban sombra, ¿que más podía desear?, más que vivir rodeado de quienes le amaban y de sus vacas, gallinas, de su perro tortillero y por supuesto, de jolote su viejo caballo.
Al atardecer, a la hora de la prima, la familia permaneció en la casita de San Uriel, como si estar ahí, rodeados de las cosas del viejo, les reconfortara la pena. Las conversaciones giraban en torno de él. La herencia de sus firmes facciones se dibujaba en los rostros de su descendencia.
Cuando la noche se hizo tarde y el día temprano, se fueron a dormir. Los cuerpos abatidos por el dolor, reclamaban descanso. Se colocaron los pabellones, se atrancaron puertas y ventanas y los quinqués se apagaron, solo quedó con ellos el olor al petróleo quemado de los pavilos. Allá en el potrero, se escuchaba el mugido sosegado de una vaca llamando a su chivo, como le dicen en mi tierra a los becerros, mientras la luna detrás de la piedra de Bernal, vigilaba a San Uriel.
A las tres de la madrugada, todos despertamos alarmados. Las mujeres prendieron los quinqués de petróleo, los hombres tomaron los machetes, los niños lloraron y la chuchada ladraba. Fue un grito de terror que parecía venir del potrerito donde marcaban los chivos, debajo del árbol de cedro, al otro lado del camino. Fue entonces que alguien advirtió que Adelfo no estaba. ¡Era él quien gritaba! Los hombres se desperdigaron por el monte. Lo llamaban en la oscuridad con voces fuertes, como es costumbre en el campo: ¡Eaaaa!... ¡Compadreeeee!... ¡Cuñadoooo!... Peinaron  la loma, hasta el arroyo de San Pedro, al norte, y  la piedra de Bernal al sur, pero no lo hallaron.
Cuando amaneció por fin encontraron al hombre recostado en un poste de hormiguillo, parecía ido, sus hombros se estremecían. Los pies tenían profundos cortes por el filo de las piedras, todo revolcado, como si un toro lo hubiese correteado. Lo trajeron a la casa, le dieron un cafecito caliente y luego un trancazo de trago, solo así reaccionó Adelfo y pudo contar a sus cuñados lo ocurrido. ¿Qué fue lo que les dijo?, nadie lo supo, será por consideración o incredulidad, pero el asunto quedó entre ellos. Los demás solo escuchábamos que decían: ¡Te salvaste compadre!... ¡POR UN PELITO COMPADRE!…


Saúl Trejo

Edre y Estelita

Él, era un fantasma muy tímido y un poco regordete, se escondía entre las rendijas de un muro desquebrajado lleno  de musgo, en el fondo de una casa abandonada hacía ya mucho tiempo, colindaba con el patio de otra casa que si estaba habitada.
El fantasma llamado Edre, temía a los humanos, quería asustarlos como era su deseo, su naturaleza lo impulsaba pero su timidez o su miedo lo detenía, cuando estaba cerca de ellos su voz le salía en realidad tenebrosa: buuuuuuuuuuuu, buuu, sin embargo el que salía huyendo era él, ese buuuuu era de llanto apagado que se le atragantaba en la garganta, se metía en su rendija a como diera lugar. Y sí que batallaba, pues por su gordurita hacía un esfuerzo enorme para entrar en la hendidura. Los humanos sólo sentían una ráfaga de viento.
¿Por qué Edre temía presentarse y hacer su cometido ante los humanos? A pesar de la estrechez de su escondite y que sentía que se asfixiaba prefería estar ahí. Tal vez no era un fantasma normal o quien sabe que misterios guarda el mundo en materia fantasmal.
Estelita, una joven hermosa de tez morena y grandes ojos negros, todas las tardes después de sus labores diarias, ocupaba una banca de piedra en el patio de su casa, la que colindaba desde luego con el caserón viejo y abandonado. Le gustaba sentir en su rostro el viento fresco  y aspirar el aroma de las flores y demás plantas que ella cuidaba con esmero,  sobre todo se sentaba a meditar en un sinfín de cosas y por qué algunas de ellas desaparecían así no más porque sí. Cuando entraba la noche se quedaba absorta contemplando el cielo, las estrellas y su brillo,  su mente volaba hacía otros lados como queriendo alcanzar los astros, se le despertaba el deseo de salir volando, alcanzarlos y jugar con ellos.
Muy entrada la noche soplaba el viento muy fresco e intenso, entonces Estelita entraba a su casa y se dirigía a su recamara para descansar. Al acostarse en su cama se percataba que faltaba algo que la hacía sentir un asomo de frío, pero la calidez de su alma pura le cerraba los bellos ojos en un santiamén y en forma tranquila se dormía, aunque con esa sensación de faltarle algo.
Edre, cuando entraba la noche densa, curiosamente sentía algo similar a Estelita. Aunque no dormía, aprovechaba a salir de su escondrijo y vagaba por donde quiera buscando algo ¿Qué? No sabía. Pero, para sus adentros, si es que tenía algo adentro, pues creo que los fantasmas no tienen nada, son vacíos y transparentes o blancuzcos, sólo que él sentía estar rellenado de algo suavecito y eso lo hacía regordete y también pesado. Se cansaba y se sentaba al pie del mismo banco de piedra que utilizaba la bella muchacha.
 Edre ya la había visto en otras ocasiones y disfrutaba descansar ahí precisamente para sentirla cerca. Suspiraba y se decía: me parece ser parte de su vida. ¿Será posible eso? Cavilaba, volvía a suspirar y cuando aparecían las primeras luces de la mañana corría a su escondite.
Así pasó un tiempo donde Estelita y Edre cada quien por su lado y su hora salían al patio junto a la banca y suspiraban.
Una noche muy oscura de mucho viento más bien un ventarrón donde casi tira el muro, guarida de Edre, éste salió volando a buscar refugio en otro lado, bueno debajo de la banca de piedra de la casa habitada y Estelita que aún estaba ahí aunque con los ojos cerrados por la gran polvareda que levantaba el vendaval y  pensando entrar a su casa, sintió que en sus pies se enredaba algo que le impidió levantarse. Con esfuerzo lo hizo teniendo tapada la cara, poco a poco abrió sus ojos y vio abajo  de la banca, ¿Qué es esto? Se dijo: ¡Mi edredón! ¿Cómo apareció por aquí? ¡Lo tenía como extraviado! De seguro que aquella noche igual a ésta se voló quien sabe para donde pues olvide meterlo después de lavarlo. Pobre edredón mío cuanta falta me has hecho. El viento lo llevó y ahora el viento también me lo devuelve, ven te llevaré a casa, le dijo.
Edre, asombrado pero muy a gusto pensó: Entonces, ¡no soy un fantasma, soy un edredón!, el edredón de Estelita, con razón me sentía atraído por ella y no me gustaba nada de eso de ser fantasma, ¡qué bien me siento con ella!
Estelita (Es-telita, ¿sería ella una sabanita?), tendió sobre su cama al edredón y se cobijo con él, durmiendo calientita y muy a gusto. Edre se estiró todo lo que pudo pues en la rendija quedaba todo enrollado y cuando volaba se hacía un ovillo en forma de fantasma, ¿qué forma tienen los fantasmas?, bueno, él suspiró aliviado y claro también quedó plácidamente dormido.
Yo me pregunto ahora: ¿Será que todos los fantasmas son sábanas o edredones que vuelan del tendedero por el fuerte viento y no saben regresar a su lugar de pertenencia?

Por más que me esfuerzo en darme la respuesta, de mi mente y de mis labios sólo sale un sonido aterrador: ¡BUUUUU!

Nelly Gallardo

El conejo amarillo