El
fantasma llamado Edre, temía a los humanos, quería asustarlos como era su
deseo, su naturaleza lo impulsaba pero su timidez o su miedo lo detenía, cuando
estaba cerca de ellos su voz le salía en realidad tenebrosa: buuuuuuuuuuuu,
buuu, sin embargo el que salía huyendo era él, ese buuuuu era de llanto apagado
que se le atragantaba en la garganta, se metía en su rendija a como diera
lugar. Y sí que batallaba, pues por su gordurita hacía un esfuerzo enorme para
entrar en la hendidura. Los humanos sólo sentían una ráfaga de viento.
¿Por
qué Edre temía presentarse y hacer su cometido ante los humanos? A pesar de la estrechez
de su escondite y que sentía que se asfixiaba prefería estar ahí. Tal vez no
era un fantasma normal o quien sabe que misterios guarda el mundo en materia
fantasmal.
Estelita,
una joven hermosa de tez morena y grandes ojos negros, todas las tardes después
de sus labores diarias, ocupaba una banca de piedra en el patio de su casa, la
que colindaba desde luego con el caserón viejo y abandonado. Le gustaba sentir
en su rostro el viento fresco y aspirar
el aroma de las flores y demás plantas que ella cuidaba con esmero, sobre todo se sentaba a meditar en un sinfín
de cosas y por qué algunas de ellas desaparecían así no más porque sí. Cuando
entraba la noche se quedaba absorta contemplando el cielo, las estrellas y su
brillo, su mente volaba hacía otros
lados como queriendo alcanzar los astros, se le despertaba el deseo de salir
volando, alcanzarlos y jugar con ellos.
Muy
entrada la noche soplaba el viento muy fresco e intenso, entonces Estelita
entraba a su casa y se dirigía a su recamara para descansar. Al acostarse en su
cama se percataba que faltaba algo que la hacía sentir un asomo de frío, pero
la calidez de su alma pura le cerraba los bellos ojos en un santiamén y en
forma tranquila se dormía, aunque con esa sensación de faltarle algo.
Edre,
cuando entraba la noche densa, curiosamente sentía algo similar a Estelita.
Aunque no dormía, aprovechaba a salir de su escondrijo y vagaba por donde
quiera buscando algo ¿Qué? No sabía. Pero, para sus adentros, si es que tenía
algo adentro, pues creo que los fantasmas no tienen nada, son vacíos y
transparentes o blancuzcos, sólo que él sentía estar rellenado de algo
suavecito y eso lo hacía regordete y también pesado. Se cansaba y se sentaba al
pie del mismo banco de piedra que utilizaba la bella muchacha.
Edre ya la había visto en otras ocasiones y
disfrutaba descansar ahí precisamente para sentirla cerca. Suspiraba y se
decía: me parece ser parte de su vida. ¿Será posible eso? Cavilaba, volvía a
suspirar y cuando aparecían las primeras luces de la mañana corría a su
escondite.
Así
pasó un tiempo donde Estelita y Edre cada quien por su lado y su hora salían al
patio junto a la banca y suspiraban.
Una
noche muy oscura de mucho viento más bien un ventarrón donde casi tira el muro,
guarida de Edre, éste salió volando a buscar refugio en otro lado, bueno debajo
de la banca de piedra de la casa habitada y Estelita que aún estaba ahí aunque
con los ojos cerrados por la gran polvareda que levantaba el vendaval y pensando entrar a su casa, sintió que en sus
pies se enredaba algo que le impidió levantarse. Con esfuerzo lo hizo teniendo
tapada la cara, poco a poco abrió sus ojos y vio abajo de la banca, ¿Qué es esto? Se dijo: ¡Mi
edredón! ¿Cómo apareció por aquí? ¡Lo tenía como extraviado! De seguro que
aquella noche igual a ésta se voló quien sabe para donde pues olvide meterlo
después de lavarlo. Pobre edredón mío cuanta falta me has hecho. El viento lo
llevó y ahora el viento también me lo devuelve, ven te llevaré a casa, le dijo.
Edre,
asombrado pero muy a gusto pensó: Entonces, ¡no soy un fantasma, soy un
edredón!, el edredón de Estelita, con razón me sentía atraído por ella y no me
gustaba nada de eso de ser fantasma, ¡qué bien me siento con ella!
Estelita
(Es-telita, ¿sería ella una sabanita?), tendió sobre su cama al edredón y se
cobijo con él, durmiendo calientita y muy a gusto. Edre se estiró todo lo que
pudo pues en la rendija quedaba todo enrollado y cuando volaba se hacía un
ovillo en forma de fantasma, ¿qué forma tienen los fantasmas?, bueno, él suspiró
aliviado y claro también quedó plácidamente dormido.
Yo
me pregunto ahora: ¿Será que todos los fantasmas son sábanas o edredones que
vuelan del tendedero por el fuerte viento y no saben regresar a su lugar de
pertenencia?
Por
más que me esfuerzo en darme la respuesta, de mi mente y de mis labios sólo
sale un sonido aterrador: ¡BUUUUU!
Nelly Gallardo
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