miércoles, 13 de noviembre de 2013

La tacita deprimida

De pronto, una taza cafetera salta precipitándose contra el piso, a la vez que grita desesperada: -¡Basta!, ¡estoy harta!, ¡prefiero hacerme trizas y terminar en la basura, que seguir abandonada en este gabinete! La señora ha preferido tomar el cafecito con sus amigas, así que… platos, ollas, cacerolas y vasos… si tienen tele; ahí se ven, porque lo que a mí respecta, quedaré tan en pedacitos, que no creo que la señora intente reunirlos para repararme. ¡Y si me ha hecho esto a mí!, ¡que era su predilecta!, imagínense que ocurrirá con ustedes, seguramente los regalará con un desconocido, eso si bien les va… bla, bla, bla.
-     ¡Espera, espera, espera! -dice la sartén un tanto angustiada-, lo que ocurre, es que has de estar deprimida por la falta de tu dosis de cafeína.
-     Y tú, no me vas a decir que muy contenta, si llevas más tiempo que yo sin salir de ese gabinete. Si te llevan con un psicólogo, de seguro te declaran claustrofóbica.
-     Tal ves, pero no al grado de querer desaparecer, bueno, si me entristece que ya no me saquen para hacer los suculentos desayunos o los deliciosos plátanos fritos, que a decir verdad, ¡qué bien olía la cocina por las mañanas!
-     ¡Lo ves ¡ ya empezaste con ponerte nostálgica, por eso no me arrepiento de la decisión que he tomado. No quiero seguir esperando, sin la certeza de que aun puedo ser útil.
-    No, ¡claro! Y ahora, menos, así como quedaste hecha añicos; pero bueno, lo sentimos por ti, te vamos a extrañar, al menos nosotros, seguiremos esperando, quien sabe y mañana la señora nuevamente haga una reunioncita, reciba invitados y, ¡todos a servir!
-    ¡Oh!, no, no, no, ¡Por qué no lo platicamos antes? -contestó la tacita hecha añicos-. Si hubiera pensado en eso de una reunioncita con invitados y todo, a lo mejor mi “depre” no se hubiera acentuado tanto y seguiría con ustedes albergando la esperanza de ser útil.
-    ¿Ves por qué las decisiones importantes las debemos consultar antes de realizarlas? - dijo la sartén muy ceremoniosa. ¡De pronto!, se enciende la luz de la cocina, que se encontraba a oscuras; escuchándose una exclamación de sorpresa y enojo.
-    ¡Ay no puede ser!, ¿se habrá metido un gato a la cocina? No, no, no, ¡ha roto la taza favorita de la señora! ¡Me echará a mí la culpa! Voy a recoger inmediatamente los pedacitos y a esconderlos muy bien, para que  no se de cuenta de lo ocurrido, al fin, que ya ni se prepara café en esta casa.


Virginia Marín

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