Ella era una anciana de más de ochenta años, solía aún maquillarse y salir por las tardes a sentarse a la puerta de su casa al fresco, como se hacía en su tiempo, ver pasar a la gente que la saludaba respetuosamente y con cariño, le decían:
-¡Adiós tía!
Desde luego, eran aquellos tiempos de tranquilidad y seguridad dónde casi todos se conocían.
En esa época, salían los chiquillos a jugar a la calle sin peligro alguno, ella parecía feliz al verlos, sin embargo, los niños como tales eran traviesos y le decían:
-¡Adiós tía ichi!
El sobrenombre era porque se maquillaba más de la cuenta, quedaba con su carita toda blanca y les daba miedo pero eso decían por pura travesura.
Ella cuando le decían así, contestaba con premura aparentemente enojada:
-¡Adiós hijos...
Quedaba como en suspenso y luego, bajaba la cabeza cansada, se tapaba la boca con su mano temblorosa y rugosa diciendo para sus adentros:
-... de la gran ...! - y se reía quedito.
Así pasaba de tarde en tarde, hasta que llegó el tiempo en que la puerta, no se abrió nunca más.
Nelly Gallardo
1 comentario:
Nelly, este cuento siempre me ha gustado, felicidades.
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