De pronto, una taza cafetera salta precipitándose
contra el piso, a la vez que grita desesperada: -¡Basta!, ¡estoy harta!,
¡prefiero hacerme trizas y terminar en la basura, que seguir abandonada en este
gabinete! La señora ha preferido tomar el cafecito con sus amigas, así que…
platos, ollas, cacerolas y vasos… si tienen tele; ahí se ven, porque lo que a
mí respecta, quedaré tan en pedacitos, que no creo que la señora intente
reunirlos para repararme. ¡Y si me ha hecho esto a mí!, ¡que era su
predilecta!, imagínense que ocurrirá con ustedes, seguramente los regalará con
un desconocido, eso si bien les va… bla, bla, bla.
-
¡Espera, espera,
espera! -dice la sartén un tanto angustiada-, lo que ocurre, es que has de
estar deprimida por la falta de tu dosis de cafeína.
-
Y tú, no me vas
a decir que muy contenta, si llevas más tiempo que yo sin salir de ese
gabinete. Si te llevan con un psicólogo, de seguro te declaran claustrofóbica.
-
Tal ves, pero no
al grado de querer desaparecer, bueno, si me entristece que ya no me saquen
para hacer los suculentos desayunos o los deliciosos plátanos fritos, que a
decir verdad, ¡qué bien olía la cocina por las mañanas!
-
¡Lo ves ¡ ya
empezaste con ponerte nostálgica, por eso no me arrepiento de la decisión que
he tomado. No quiero seguir esperando, sin la certeza de que aun puedo ser
útil.
- No, ¡claro! Y ahora, menos, así como quedaste hecha
añicos; pero bueno, lo sentimos por ti, te vamos a extrañar, al menos nosotros,
seguiremos esperando, quien sabe y mañana la señora nuevamente haga una
reunioncita, reciba invitados y, ¡todos a servir!
- ¡Oh!, no, no, no, ¡Por qué no lo platicamos antes?
-contestó la tacita hecha añicos-. Si hubiera pensado en eso de una reunioncita
con invitados y todo, a lo mejor mi “depre” no se hubiera acentuado tanto y
seguiría con ustedes albergando la esperanza de ser útil.
- ¿Ves por qué las decisiones importantes las debemos
consultar antes de realizarlas? - dijo la sartén muy ceremoniosa. ¡De pronto!,
se enciende la luz de la cocina, que se encontraba a oscuras; escuchándose una
exclamación de sorpresa y enojo.
- ¡Ay no puede ser!, ¿se habrá metido un gato a la
cocina? No, no, no, ¡ha roto la taza favorita de la señora! ¡Me echará a mí la
culpa! Voy a recoger inmediatamente los pedacitos y a esconderlos muy bien,
para que no se de cuenta de lo ocurrido,
al fin, que ya ni se prepara café en esta casa.
Virginia Marín