miércoles, 13 de noviembre de 2013

La tía



Ella era una anciana de más de ochenta años, solía aún maquillarse y salir por las tardes a sentarse a la puerta de su casa al fresco, como se hacía en su tiempo, ver pasar a la gente que la saludaba respetuosamente y con cariño, le decían:

-¡Adiós tía!
Desde luego, eran aquellos tiempos de tranquilidad y seguridad dónde casi todos se conocían.
En esa época, salían los chiquillos a jugar a la calle sin peligro alguno, ella parecía feliz al verlos, sin embargo, los niños como tales eran traviesos y le decían:
-¡Adiós tía ichi!
El sobrenombre era porque se maquillaba más de la cuenta, quedaba con su carita toda blanca y les daba miedo pero eso decían por pura travesura.
Ella cuando le decían así, contestaba con premura aparentemente enojada:
-¡Adiós hijos...
Quedaba como en suspenso y luego, bajaba la cabeza cansada, se tapaba la boca con su mano temblorosa y rugosa diciendo para sus adentros:
-... de la gran ...! - y se reía quedito.
Así pasaba de tarde en tarde, hasta que llegó el tiempo en que la puerta, no se abrió nunca más.


Nelly Gallardo

La tacita deprimida

De pronto, una taza cafetera salta precipitándose contra el piso, a la vez que grita desesperada: -¡Basta!, ¡estoy harta!, ¡prefiero hacerme trizas y terminar en la basura, que seguir abandonada en este gabinete! La señora ha preferido tomar el cafecito con sus amigas, así que… platos, ollas, cacerolas y vasos… si tienen tele; ahí se ven, porque lo que a mí respecta, quedaré tan en pedacitos, que no creo que la señora intente reunirlos para repararme. ¡Y si me ha hecho esto a mí!, ¡que era su predilecta!, imagínense que ocurrirá con ustedes, seguramente los regalará con un desconocido, eso si bien les va… bla, bla, bla.
-     ¡Espera, espera, espera! -dice la sartén un tanto angustiada-, lo que ocurre, es que has de estar deprimida por la falta de tu dosis de cafeína.
-     Y tú, no me vas a decir que muy contenta, si llevas más tiempo que yo sin salir de ese gabinete. Si te llevan con un psicólogo, de seguro te declaran claustrofóbica.
-     Tal ves, pero no al grado de querer desaparecer, bueno, si me entristece que ya no me saquen para hacer los suculentos desayunos o los deliciosos plátanos fritos, que a decir verdad, ¡qué bien olía la cocina por las mañanas!
-     ¡Lo ves ¡ ya empezaste con ponerte nostálgica, por eso no me arrepiento de la decisión que he tomado. No quiero seguir esperando, sin la certeza de que aun puedo ser útil.
-    No, ¡claro! Y ahora, menos, así como quedaste hecha añicos; pero bueno, lo sentimos por ti, te vamos a extrañar, al menos nosotros, seguiremos esperando, quien sabe y mañana la señora nuevamente haga una reunioncita, reciba invitados y, ¡todos a servir!
-    ¡Oh!, no, no, no, ¡Por qué no lo platicamos antes? -contestó la tacita hecha añicos-. Si hubiera pensado en eso de una reunioncita con invitados y todo, a lo mejor mi “depre” no se hubiera acentuado tanto y seguiría con ustedes albergando la esperanza de ser útil.
-    ¿Ves por qué las decisiones importantes las debemos consultar antes de realizarlas? - dijo la sartén muy ceremoniosa. ¡De pronto!, se enciende la luz de la cocina, que se encontraba a oscuras; escuchándose una exclamación de sorpresa y enojo.
-    ¡Ay no puede ser!, ¿se habrá metido un gato a la cocina? No, no, no, ¡ha roto la taza favorita de la señora! ¡Me echará a mí la culpa! Voy a recoger inmediatamente los pedacitos y a esconderlos muy bien, para que  no se de cuenta de lo ocurrido, al fin, que ya ni se prepara café en esta casa.


Virginia Marín

Hombre de papel

Entonces escuché voces en la habitación contigua. La puerta se abrió y entró un hombre acompañado de una mujer. El andrajoso traía un bote mal oliente y una brocha pegostiada y la gorda montones de periódicos. Se aproximaron a mí y sin advertencia comenzaron a embadurnar mi cuerpo con una substancia pegajosa y me pusieron capa tras capa de papel hasta hacerme una segunda piel, gruesa e insensible.
- ¡Esperen! ¡Qué hacen! ¡Deténganse! - quise gritarles, pero no tenía voz, una cinta amordazaba mi boca y mi lengua saboreaba a rancio. Quise calmar mi miedo pensando que lo que me estaba ocurriendo era solo una pesadilla, un maldito sueño y que en cualquier momento despertaría.
A pesar de la tenue luz de la habitación pude observar que habían otros como yo colgando del techo y también estaban cubiertos de papel. ¡Por Dios! ¡Qué es esto! ¡Quiénes son estas horribles personas! ¡Quién soy yo! Las miradas de los otros se cruzaron con la mía en un mudo clamor de ayuda. Ninguno de los colgados sabíamos que estaba ocurriendo.
No supe cuánto tiempo transcurrió, quizas días, semanas, meses, no lo sé, ni me interesa, pero sí pude observar que los otros se habían ido, yo estaba solo. Y el tiempo pasó.
De pronto, fuertes golpes sacudieron mi amortajado cuerpo, herían mi piel de papel, hacian reverberar mis costillas de limo, mientras allá lejos en mi semi inconsiencia, escuché risas y voces de niños cantando.

“Dale dale dale, no pierdas el tino porque si lo pierdes, pierdes el camino”…


Saúl Trejo